Rápidamente ingieren
sustancias inflamables que escupen sobre un pequeño madero envuelto con
un trapo que al ser rociado desde la boca de los infantes crea la
ilusión de que los chiquillos escupen fuego.
El acto
sorprende a todos los que desde sus autos, sentados y con sus manos en
el timón observan atónitos. No entienden cómo puede ser posible que
estos pequeños lancen fuego sin quemarse las caritas, que aunque
inocentes no esconden las huellas de sufrimiento que su pasado les ha
dejado.
En la siguiente cuadra, otro par de impúberes
esperan que el semáforo se ponga en rojo para que con un pedazo viejo de
tela de franela ocre puedan ir y ofrecer a los automovilistas su
servicio de limpiar el parabrisas a cambio de un par de centavos.
Algunos los rechazan porque su aspecto de indigente atemoriza, los
ofenden y los lastiman psicológicamente diciéndoles: “Niño, vete de aquí, ve a molestar a otro lado… pedazo de basura…”.
Los pequeñitos solo bajan su cabecita como demostrando su humillación y
se van al otro carril de la calle con la esperanza de encontrar un poco
de compasión en otro automovilista.
Con suerte éste otro
les da permiso de limpiar su parabrisas, y ellos con mucha prisa y
alegría lo limpian. Cuando han terminado extienden sus manitas para
recibir sus respectivas monedas, el compasivo que les dará dinero se da
cuenta que los pantaloncitos de los niños están rotos y sus camisitas
sucias, su cabello aparenta que no se han duchado hace mucho, y por un
momento se vuelve altruista pensando en las causas que provocaron la
vida miserable de estos niños, pero ya es tarde para investigar eso, el
semáforo acaba de cambiar a verde y debe llegar temprano a la oficina.
Cada
niño de la calle no está ahí porque quiere, las circunstancias de la
vida lo llevaron hasta ahí. Y claro, ellos y ellas no tienen la culpa de
estar en la calle, toda la culpa la tienen única y exclusivamente los
adultos.
Sí, los adultos que por la condición económica
tan misérrima deciden abandonar sus familias para encontrar en otro país
el dinero que les ayudará a salir de la pobreza. Y que estando lejos de
su hogar, de sus hijos y de sus esposas, caen en la tentación de formar
otro hogar y dejar en olvido a su propia familia, a la que le prometió
un mejor futuro, a la que amó tanto y por la cual hizo su viaje. Su
esposa al no recibir las remesas se ve obligada a instalarse en el
mercado y vender colitas y peines. Sus hijos abandonan sus estudios y se
van a vender chicles y dulces, y deambulando por las calles socializan
con otros muchachos de mala vida que los incitan a ingerir pega de
zapatos, y es ahí donde comienza su vida de indigentes, dependiendo de
las monedas que los automovilistas les dan cuando escupen fuego o cuando
limpian parabrisas.
Los adultos tienen la culpa cuando no
tratan de arreglar sus matrimonios y terminan en divorcios. Al final
son los niños los que pagan las consecuencias porque quedan sin padres
unidos a quienes ampararse, y entonces buscan en la calle el lugar donde
supuestamente encuentran aceptación por aquellos que han tenido una
historia similar.
Los adultos tienen la culpa cuando no
les creen a los niños que han sido abusados sexualmente por un padrastro
o familiar cercano. Al no ser escuchados deciden marcharse de casa para
convertirse en indigentes y hacer un número artístico en los semáforos
para sobrevivir.
Lastimosamente en los semáforos vemos la
realidad de estos niños pero no hacemos nada por ellos. En lo personal
creo que podemos hacer mucho por la niñez.
Creo que
podemos empezar por rescatar la familia. Trabajemos por una familia
unida, en la que los niños se sientan seguros y no necesiten buscar nada
en las calles. Así que este es un llamado para aquellos que están
pensando en abandonar el país y enviar remesas a su familia, no lo
hagan, es mejor estar pobres pero juntos.
Este es un llamado para aquellos que no les han creído a los niños cuando les confiesan que alguien abusó de ellos.
Este es un llamado para que escuchemos a los niños y que no los hagamos a un lado. No les digamos: “usted es niño, por lo tanto cállese cuando los adultos están hablando…” ¿qué acaso lo que dicen los niños no es importante para que los adultos no los escuchen?
Es triste saber que la familia ya solo es un concepto en los diccionarios, pues en la realidad real es algo en extinción.
No queremos más niños indigentes en los semáforos, por eso trabajemos por la familia.
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