LOS CARNICEROS

viernes, 25 de noviembre de 2011

Ninguno que cae en las manos de los Zetas es capaz de escapar. Cuando un migrante es secuestrado en México por la operatividad de ellos, solamente tiene dos opciones. La primera es que alguien en su país o en los Estados Unidos responda por él o ella enviándoles $500 de manera inmediata; la segunda es que trabajen para ellos siendo parte de su gran red mundial de tráfico de drogas.

Algunos de los migrantes no tienen quién responda por ellos, precisamente por eso buscan el tan anhelado “sueño americano”. La situación se vuelve más difícil cuando, aparte de que nadie responde por ellos, tampoco cumplen con el perfil que los Zetas quieren de alguien para que trabajen en ese cártel de droga.

Ese era el caso de Francisco, de 50 años; y también de Josefina, una señora gordita de 43 años. Ambos de nacionalidad salvadoreña. Nadie respondía por ellos, él era ya un viejo maltratado por su dura vida de albañil, y ella una mujer que por su condición física no podía aportar mucho. De tal manera que ninguno era de ayuda para los Zetas.

Los migrantes como ellos tienen que ser asesinados, de lo contrario pueden revelar mucha información a las autoridades sobre la ubicación de las 70 casas que son utilizadas para encerrar a todos los que han sido secuestrados.

También tienen que ser eliminados pues si los dejan libres pueden dar a conocer la organización interna que los Zetas manejan. Parte de esa estructura se define así: los que salen a secuestrar a los migrantes son llamados “PATRULLEROS”, los que cuidan a los secuestrados en las casas son denominados “SOLDADOS”, y los que se encargan de asesinar son los “CARNICEROS”.

Uno de tantos asesinatos hechos a migrantes por parte de los ZetasPrecisamente los Carniceros tenían la misión de ejecutar el 28 de agosto del presente año a Francisco y Josefina junto con otras diez personas en su misma situación. Los ataron para que no intentaran escaparse. Luego procedieron, en aquella fría noche y en la soledad de un patio en medio de la nada, a cortarles los brazos y piernas. Sin anestesia, vivos, y sintiendo el dolor más agudo que ningún ser humano es capaz de soportar, morían uno por uno habiendo perdido casi la totalidad de su sangre.

Gritaban tanto y con todas sus fuerzas, pero nadie les escuchaba. Y sus verdugos, quienes habían perdido toda sensibilidad, no tenían misericordia de ellos.

Para terminar el trabajo, los carniceros metieron cada brazo, pierna, tórax y cabezas en unos barriles. Después los rociaron con gasolina y los carbonizaron.

Ezequiel Barrera

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