Ninguno que cae en las manos de los Zetas es capaz de escapar. Cuando
un migrante es secuestrado en México por la operatividad de ellos,
solamente tiene dos opciones. La primera es que alguien en su país o en
los Estados Unidos responda por él o ella enviándoles $500 de manera
inmediata; la segunda es que trabajen para ellos siendo parte de su gran
red mundial de tráfico de drogas.
Algunos de los
migrantes no tienen quién responda por ellos, precisamente por eso
buscan el tan anhelado “sueño americano”. La situación se vuelve más
difícil cuando, aparte de que nadie responde por ellos, tampoco cumplen
con el perfil que los Zetas quieren de alguien para que trabajen en ese
cártel de droga.
Ese era el caso de Francisco, de 50 años;
y también de Josefina, una señora gordita de 43 años. Ambos de
nacionalidad salvadoreña. Nadie respondía por ellos, él era ya un viejo
maltratado por su dura vida de albañil, y ella una mujer que por su
condición física no podía aportar mucho. De tal manera que ninguno era
de ayuda para los Zetas.
Los migrantes como ellos tienen
que ser asesinados, de lo contrario pueden revelar mucha información a
las autoridades sobre la ubicación de las 70 casas que son utilizadas
para encerrar a todos los que han sido secuestrados.
También
tienen que ser eliminados pues si los dejan libres pueden dar a conocer
la organización interna que los Zetas manejan. Parte de esa estructura
se define así: los que salen a secuestrar a los migrantes son llamados
“PATRULLEROS”, los que cuidan a los secuestrados en las casas son
denominados “SOLDADOS”, y los que se encargan de asesinar son los
“CARNICEROS”.
Precisamente
los Carniceros tenían la misión de ejecutar el 28 de agosto del
presente año a Francisco y Josefina junto con otras diez personas en su
misma situación. Los ataron para que no intentaran escaparse. Luego
procedieron, en aquella fría noche y en la soledad de un patio en medio
de la nada, a cortarles los brazos y piernas. Sin anestesia, vivos, y
sintiendo el dolor más agudo que ningún ser humano es capaz de soportar,
morían uno por uno habiendo perdido casi la totalidad de su sangre.
Gritaban
tanto y con todas sus fuerzas, pero nadie les escuchaba. Y sus
verdugos, quienes habían perdido toda sensibilidad, no tenían
misericordia de ellos.
Para terminar el trabajo, los
carniceros metieron cada brazo, pierna, tórax y cabezas en unos
barriles. Después los rociaron con gasolina y los carbonizaron.
Ezequiel Barrera
Las bestias nunca son protagonistas
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Como en toda película, obra de teatro o cuento, las bestias o malos nunca
son los protagonistas. Ellos siempre juegan un papel secundario para que el
buen...
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