Caminando por la famosa Avenida Independencia, me di cuenta que ésta es la calle de las mil historias.
En las aceras, no es difícil encontrarse con niños y niñas de 14 años que en sus manos en vez de libros y cuadernos llevan bolsas con plátanos, tomates, cebollas y frutas para vender.Y en vez de ir a la escuela, corren a subirse a los buses para ofrecer sus mercancías a los usuarios del transporte colectivo y así conseguir un par de monedas de parte de sus clientes que con desconfianza y trato frío les compran.
Los zapateros con sus herramientas, sentados en unos pequeños bancos de madera, cambian las zuelas de zapatos viejos y los cosen para que queden como nuevos otra vez. Saben que su oficio ya no es rentable porque la globalización y la gran publicidad inyectan en la personas el insano consumismo por los productos importados, no obstante tienen que seguir en su labor porque es lo único que saben hacer para sacar adelante a sus hijos y esposas.
Las vendedoras informales, con sus grandes delantales y canastos, se han apropiado de las aceras para establecer sus puestos y vender a todos los transeuntes que pasan por la Avenida. Sus hijos más pequeños las acompañan y al lado de ellas, en un pequeño espacio, juegan con tierra e imaginan que las botellas plásticas son los juguetes más bonitos que existen. Sucios y con un estómago grande, quizá por los parásitos, se pasan las horas debajo del sol ardiente con una sonrisa inocente que ignora su paupérrima situación económica. Sus madres, las vendedoras, muchas veces han sido advertidas para que abandonen el lugar, de lo contrario serán desalojadas a la fuerza, pero ellas hacen caso omiso porque piensan que solo allí podrán hacer negocio con los capitalinos.
Cerca de una parada de autobuses, un payaso espera recostado sobre la pared de un viejo edificio, la próxima unidad de transporte en la que hará nuevamente su número artístico y así ganar además de simpatía, un par de sonrisas y unas cuantas monedas para cenar junto a su familia cuando retorne a su hogar. Pero estando allí, en la espera, aunque con su su nariz roja y pintura alegre en su cara lo disimula bien, se le puede notar su tristeza y preocupación por sobrevivir en este sistema capitalista.
Más adelante en esta calle de las mil historias se encuentran las trabajadoras del sexo. Que comienzan a salir cuando el crepúsculo anuncia que se avecina la noche. Y aunque muchos no lo crean, ellas gritan desconsoladamente al cielo rogando que si se pudiera regresar en el tiempo, lo harían con el único propósito de corregir errores de su juventud y escapar de las situaciones dolorosas que las llevaron hasta donde hoy están, y así poder tener aunque sea un céntimo de dignidad.
Caminar por la Avenida Independencia me enseñó que nadie está allí porque quiere. Cada quien tiene su propia historia, pero en lo que coinciden todos es que la necesidad económica los obliga a seguir allí, aunque en realidad quisieran escapar a una vida mejor.
Ezequiel Barrera
0 comentarios:
Publicar un comentario